En el camino de vuelta, "San José y la Santísima Virgen, no viendo al Niño a su lado, creyeron, cada uno por su parte, que Él iba en compañía del otro", juzgando así que estaba en la caravana. Sin embargo, al llegar al fin del día, cuando pararon "para pasar la noche, los miembros de cada familia se reunieron para compartir un campamento común y fue solo entonces que se puede dar cuenta de la ausencia de Jesus".
Afligidos,
María y José comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. No
habiéndolo encontrado, volvieron a Jerusalén en su búsqueda (cf. Lc 2, 44-45).
Allí encontraron al Niño sentado en medio de los maestros, escuchando y
haciendo preguntas. Todos los que lo oían estaban "maravillados con su
inteligencia y respuestas".
"Al
verlo, sus padres quedaron muy admirados y su Madre le dijo: "Hijo mío,
por qué te comportaste así con nosotros?" "Jesús respondió:
"¿Porqué me buscaron? No sabéis que debo estar en la casa de mi
Padre?'" (Lc 2, 48-49).
Después de
recorrer tan magnífico pasaje del Evangelio, surge inmediatamente la pregunta:
¿por qué el Divino Niño resolvió abandonar a sus padres sin avisarles, dejándolos
en la ansiedad de reencontrarlo, pensando tal vez que lo hubiesen perdido para
siempre? ¿Este hecho no tendrá cierto enlace con lo que ocurre con muchas
almas?
Para
comprender mejor cómo ese episodio ocurrido con Nuestra Señora y San José
también se presenta en la vida espiritual de los fieles, consideremos las
bellísimas pinturas de un gran artista del siglo XVII, Claude Lorrain cuya
especialidad es pintar muros viejos, leprosos, picados [...] sobre los cuales,
sin embargo, pega un sol magnífico". 4 Y esos escenarios parecen
transformarse en inmensas y suntuosas cortes.
Tal como el
Sol, actúa la gracia divina en el alma.
[La Gracia]
Ella es, digamos, la tinta celestial que Nuestro Señor utiliza, como si fuese
un infinito Claude Lorrain de la creación. [...] Visto a la luz de la gracia
concedida por Dios, todo lo que es árido y difícil se torna bello. La pérdida
de ese modo de ver las cosas puede ocurrir por culpa nuestra, porque cedemos a
nuestros egoísmos, caprichos y manías. O por decisión de Dios que, en sus
inescrutables designios, desea probarnos: después de llenarnos con sus dones,
de favorecernos con maravillosas situaciones al estilo de la pintura de Claude
Lorrain, permite que todo se borre de repente.
Por lo
tanto, "hay momentos de nuestra existencia en los cuales tenemos la
sensación de haber 'perdido al Niño Jesús', esto es, con o sin culpa nuestra,
el consuelo espiritual desaparece y nos sentimos desamparados". Bien
podemos compararlos a los días que ahora se presentan claros y radiantes, y
después nublados y tenebrosos: no vemos el Sol, pero él continúa brillando
atrás de las nubes.
Afirma San
Francisco de Sales:
Ocurre
algunas veces que no encontramos consuelo alguno en los ejercicios del amor
divino, de forma que, como cantantes sordos no oímos la propia voz, ni podemos
gozar de la suavidad de nuestro canto; sino, además de eso, estamos llenos de
mil temores, preocupados con mil bagatelas con que el enemigo cerca nuestro
corazón, sugiriéndonos que tal vez no seamos agradables a nuestro maestro y que
nuestro amor es inútil o aún que es falso y vano, por no producirnos consuelo.
De ese modo,
"el demonio consigue persuadir a una persona de que ella pecó, aunque se
conserve inocente. Le sobreviene entonces la tristeza, la sensación de abandono
y miseria imaginando haber ofendido a Dios".11 El hombre queda tan
horrorizado con la tentación, con la perdida de esa sensibilidad que, en
ciertas horas, é mismo no sabe si es o no amado por Dios.
Al tratar
sobre las oscilaciones tan comunes al alma humana, González resalta:
Unas veces
se siente llena de fervor y de consuelos sensibles en la oración y en las demás
obras del servicio divino, y otras, por el contrario, se ve sumergida en la
mayor insensibilidad y aridez de espíritu, no encontrando placer, ni gusto,
sino tedio, fastidio y desaliento en todos sus ejercicios. 13
"Dios
permite esa situación. El retira de nosotros los auxilios sobrenaturales por
los cuales la vida parece tan alegre, y nos vemos abandonados, tristes y sin
fuerza". 14 ¡Es aquí la gran aflicción del corazón humano que
verdaderamente ama a Dios y desea ser por Él amado! El alma se ve privada de
consuelos y gustos, cae en el desaliento, pensando que no hay valor alguno en
todo aquello que hace; que pierde tiempo inútilmente, que no tiene buen
espíritu ni verdadera virtud, que no ama ni agrada a Dios, y que Dios la abandonó
y alejó de Si.
San Juan de
la Cruz nos muestra tres señales por los cuales discernimos los periodos de
aridez. El primero de ellos consiste en que no se tiene más gusto ni consuelo
en las cosas de Dios, ni tampoco en las cosas creadas. De esto se desprende una
cierta inquietud, la cual consiste en la segunda señal: la persona piensa no
estar sirviendo a Dios, pero sí, volviendo atrás en su servicio. Esto sucede
por causa del disgusto que se siente en las cosas espirituales. Y, como tercera
señal, la oración se torna imposible, y, en lugar de pensar en Dios, la persona
desea a Dios, pero Él parece esconderse.
¡Hasta aún
los grandes santos pasaron por esos periodos tenebrosos! Así comenta Tomás
Kempis:
Nunca
encontré hombre tan religioso y devoto, que no sufriese, a veces, la
sustracción de la gracia y sintiese el enfriamiento del fervor. Ningún santo
fue tan altamente arrebatado y esclarecido que, antes o después, no fuese
tentado. Porque no es digno de la alta contemplación de Dios quien por Dios no sufrió
alguna tribulación.
Por ejemplo,
Santa Teresa de Jesús afirma "haber experimentado muchas veces ese estado,
aún en aquella época en que el Señor ya había elevado su espíritu a los grados
más elevados de la oración". 18 Lo mismo aconteció con Santa Juana de
Chantal en el fin de su existencia: "Fue tal la intensidad, tal la
amargura de su aridez y desolación interior, que su vida no era sino un
martirio ininterrumpida y una agonía continuada, más penosa que la propia
muerte".
¿Y qué no
decir de la gran Doctora de la Iglesia, Santa Teresita Del Niño Jesús?
[...] era
una brasa de amor a Dios, pero su alma pasó por largos periodos de aridez. En
ciertas ocasiones esas penas espirituales la afligían hasta mismo durante el
cántico de Oficio. No obstante, en las más diversas pruebas, ella se mantenía
serena, y ya en el fin de su vida, devorada por tentaciones contra la fe, ella
resistía de modo admirable y completo.
La aridez
espiritual, lejos de ser siempre "señal de falta de virtud, es, por el
contrario, en muchas ocasiones, efecto del amor especialísimo que Dios tiene a
aquellas almas que desea elevar la gran perfección, a las cuales quiere poner a
prueba y purificar de esa manera".
Qué preciosas pinturas donde se mezcla lo material y lo sobrenatural!!!las reflexiones en torno al abandono y la sequedad espiritual me han encantado y ayudado mucho....gracias.
ResponderEliminarLos comentarios de s.Francisco de Sales de qué obra son?
Aquí va la fuente...
EliminarSAN FRANCISCO DE SALES. Nas provas da vida interior, nas enfermidades da alma e do corpo, etc. In: HUGUET, S. M. (Org.). Pensamentos consoladores de São Francisco de Sales. 2. ed. São Paulo: Salesiana, 1926, p. 131-132.
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En Jesus y María
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